martes, 14 de mayo de 2019

Cuando aún algo lejos, sigues tan cerca


Convocados Mamitis
Cuando aún algo lejos,

sigues tan cerca


Madre con el hijo en un paseo


Editorial Purobobo
2019



Las 7.30 am de un día miércoles. Se presentaba un sol tenue en la casa y todos sus hijos estaban acompañando a Isabel,
comprobando que amanecía reconfortada de su cansancio del día de ayer. Con mejor semblante, pero en silencio recibía las caricias de sus cuatro hijos. Su mirada tranquila por lo menos transmitía paz para ese día. Era de esperar que esté mejor animada para ese día. Nolberto se despidió aquella mañana, pues tenía que ir a trabajar. Me esperas, si? Vengo en la tarde, le decía a su madre Isabel, al rato que le daba un beso en la frente y especial caricia en sus manos de piel tersa. Al rato con la mirada Isabel pidió descanso y acomodarse en su cama llena de almohadas y frazadas abrigadoras. El día transcurrió tranquilo, casi fácil. Sus hijos Cristina, Rosa y Manuel una vez más le prodigaron cuidados y atenciones a Isabel, cada una de ellas con una remembranza de historias de su vida, de aquellos días en que su fortaleza y dinamismo
constituían el motor de aquella aventura que fue crear el hogar que ahora la cobijaba. Al rato de la mitad de la mañana aparecía Lizbeth, quien se encargaba de cuidarla con sus controles médicos. En cada protocolo le prodigaba el cariño que quedaba pendiente darle, como completando lo que estaba pendiente de dar y recibir entre ellas. La tarde llegó, como todos los días, con sus breves vientos en el patio de la casa. Una vez más, Cristina se acercó al dormitorio de Isabel, entre para contemplarla y saber que descansaba. Al rato entraron todos al cuarto, a modo de darle el saludo vespertino. Isabel, como percibiendo la presencia de todos, abrió un poco sus ojos y observó a cada uno de sus hijos, a todos. Cristina se acercó nuevamente y en complicidad del lenguaje visual, entendió que Isabel decía que la dejen descansar por la tarde. Así lo hicieron. Sus hijos se fueron a la sala, Manuel, Rosa y Cristina, con Lizbeth a recibir una visita, quien pudo ver
y acariciar a Isabel, esta vez con solemne silencio. Conversaban con tranquilidad de las cosas del día. En su cuarto, Isabel abría los ojos, como comprobando que ya todos estaban fuera, descansando de la jornada de ayer y tranquilos para cuando vuelvan a entrar al cuarto. Isabel estaba convencida con las pocas fuerzas que juntó en esos momentos, que llegaba el momento de partir, sin presencia de sus hijos en el próximo instante. Ella quería en el fondo que no la vieran partir. Cuando se empezaba a hacer una pausa en la conversación de la sala, Isabel ofrendó su entrega de vida. Era momento de partir. Como en acto mágico, todos ingresaron al dormitorio a acomodarle las almohadas a Isabel. Pero ella, ya había escogido la mejor posición para el descanso, para la paz. Sus hijos se acercaron y empezaron a besarla. A diferencia de lo que ellos mismos habían imaginado, todos estaban tristes, pero en paz. Isabel estuvo acompañada de los hijos queridos. A la hora siguiente llegó Nolberto a casa, a darle aquél beso y abrazo prometidos en la mañana. No llegaron a encontrarse

los dos, sin embargo, la fusión del presente y ese reciente momento del pasado marcaron el futuro de un amor sencillo, quieto, pero permanente. El viento agitado cesó en ese momento, como señal de quietud, de tranquilidad, como presagio de aquello que quiso dejar Isabel para los suyos, ese día y los siguientes. Y la paz acompañó los siguientes días y noches también. Nota de Los autores: Amemos a nuestras madres todos los días. No dejemos nada para después. Cuando eso hagamos, veremos que el mejor regalo que le demos cuando no estén, será que no nos quedó nada pendiente de dar en la vida: darle todo lo que ellas quieren y querrán, solo amor y seguir el buen camino de la vida que ella nos enseñó.