Convocados Mamitis
Cuando aún algo lejos,
sigues tan cerca
Editorial Purobobo
2019
Las 7.30 am de un día miércoles. Se presentaba un sol tenue en la
casa y todos sus hijos estaban acompañando a Isabel,
comprobando que amanecía reconfortada de su cansancio del día de
ayer. Con mejor semblante, pero en silencio recibía las caricias de sus cuatro
hijos. Su mirada tranquila por lo menos transmitía paz para ese día. Era de
esperar que esté mejor animada para ese día. Nolberto se despidió aquella
mañana, pues tenía que ir a trabajar. Me esperas, si? Vengo en la tarde, le
decía a su madre Isabel, al rato que le daba un beso en la frente y especial
caricia en sus manos de piel tersa. Al rato con la mirada Isabel pidió descanso
y acomodarse en su cama llena de almohadas y frazadas abrigadoras. El día
transcurrió tranquilo, casi fácil. Sus hijos Cristina, Rosa y Manuel una vez
más le prodigaron cuidados y atenciones a Isabel, cada una de ellas con una
remembranza de historias de su vida, de aquellos días en que su fortaleza y
dinamismo
constituían el motor de aquella aventura que fue crear el hogar
que ahora la cobijaba. Al rato de la mitad de la mañana aparecía Lizbeth, quien
se encargaba de cuidarla con sus controles médicos. En cada protocolo le
prodigaba el cariño que quedaba pendiente darle, como completando lo que estaba
pendiente de dar y recibir entre ellas. La tarde llegó, como todos los días,
con sus breves vientos en el patio de la casa. Una vez más, Cristina se acercó
al dormitorio de Isabel, entre para contemplarla y saber que descansaba. Al
rato entraron todos al cuarto, a modo de darle el saludo vespertino. Isabel,
como percibiendo la presencia de todos, abrió un poco sus ojos y observó a cada
uno de sus hijos, a todos. Cristina se acercó nuevamente y en complicidad del
lenguaje visual, entendió que Isabel decía que la dejen descansar por la tarde.
Así lo hicieron. Sus hijos se fueron a la sala, Manuel, Rosa y Cristina, con
Lizbeth a recibir una visita, quien pudo ver
y acariciar a Isabel, esta vez con solemne silencio. Conversaban
con tranquilidad de las cosas del día. En su cuarto, Isabel abría los ojos,
como comprobando que ya todos estaban fuera, descansando de la jornada de ayer
y tranquilos para cuando vuelvan a entrar al cuarto. Isabel estaba convencida
con las pocas fuerzas que juntó en esos momentos, que llegaba el momento de
partir, sin presencia de sus hijos en el próximo instante. Ella quería en el
fondo que no la vieran partir. Cuando se empezaba a hacer una pausa en la
conversación de la sala, Isabel ofrendó su entrega de vida. Era momento de
partir. Como en acto mágico, todos ingresaron al dormitorio a acomodarle las almohadas
a Isabel. Pero ella, ya había escogido la mejor posición para el descanso, para
la paz. Sus hijos se acercaron y empezaron a besarla. A diferencia de lo que
ellos mismos habían imaginado, todos estaban tristes, pero en paz. Isabel
estuvo acompañada de los hijos queridos. A la hora siguiente llegó Nolberto a
casa, a darle aquél beso y abrazo prometidos en la mañana. No llegaron a
encontrarse
los dos, sin embargo, la fusión del presente y ese reciente
momento del pasado marcaron el futuro de un amor sencillo, quieto, pero
permanente. El viento agitado cesó en ese momento, como señal de quietud, de
tranquilidad, como presagio de aquello que quiso dejar Isabel para los suyos,
ese día y los siguientes. Y la paz acompañó los siguientes días y noches también.
Nota de Los autores: Amemos a nuestras madres todos los días. No dejemos nada
para después. Cuando eso hagamos, veremos que el mejor regalo que le demos
cuando no estén, será que no nos quedó nada pendiente de dar en la vida: darle
todo lo que ellas quieren y querrán, solo amor y seguir el buen camino de la
vida que ella nos enseñó.